Las agresiones son lo más llamativo, pero los profesores afrontan a diario
faltas de respeto, amenazas e insultos
Artículo de Enrique Miranda publicado en el
diario Sur Digital.
ACABA de empezar su trayectoria como docente, pero ya ha formado parte de
dos casos graves de agresiones en el colegio, una de ellas a una compañera «y
otra en mis propias carnes».
«Era un chaval de 13 años que estaba expulsado por un problema
anterior», relata Carlos, de 28 años y profesor de Educación Física. «Se coló
en mi aula y le dije que se tenía que ir porque estaba expulsado». El profesor
lo acompañó hasta la puerta de la clase y cuando el menor iba a salir, se
volvió y le dio un puñetazo en el estómago.
El joven terminó denunciado pero a los pocos días volvía a estar en clase.
Antes de pasar por esto, este profesional de la enseñanza ya había asistido
como testigo a un juicio por violencia escolar: Una compañera suya había sido
abofeteada por la madre de un alumno en plena tutoría.
La huelga del profesorado celebrada el pasado jueves ha llamado la atención
sobre una situación que no es nueva, pero que está adquiriendo tintes más que
preocupantes. Unos 2.000 docentes se manifestaron ante la sede de Educación
para mostrar su descontento con la indefensión con la que se enfrentan cada
día a su trabajo en las aulas.
Los maestros aseguran que las agresiones físicas son
sólo una parte del problema, pero que detrás están los insultos, la falta de
respeto, las burlas y los reproches de padres y alumnos. No todos,
pero sí una minoría que cada vez adquiere más relevancia.
«He llegado a tener miedo de alguno de mis alumnos»,
comenta Jesús Romero, que tiene muy mal recuerdo de su paso por un conflictivo
instituto de la capital. El primer día de clase, aún sin conocer mucho a los
estudiantes que le iban a traer de cabeza durante gran parte del curso, mandó
a uno de ellos que se callara. «¿Pero quién te crees
tú que eres para decirme que me calle?», fue la respuesta del
menor.
Violentas
amenazas
«Semanas después dejé a este alumno y a otros compañeros suyos sin
recreo. Cuando tocó el timbre se abalanzaron sobre la puerta para intentar
salir, pero yo me interpuse en su camino», relata este licenciado en
Matemáticas. «Mira profe, como no me dejes salir cojo
las tijeras y te rajo el cuello», le dijo el alumno, de 1º de ESO
pero ya con 15 años. «En ese momento me asusté porque aquel muchacho hablaba
muy en serio». Llamó al jefe de estudios que terminó llevándose
al joven, pero no fue expulsado ni expedientado.
Precisamente este docente llegó al mencionado
instituto para cubrir una baja por depresión. «Cuando yo ocupé esa plaza había
hasta tres docentes que estaban de baja por temas psicológicos, allí eran muy
frecuentes», concluye.
De hecho, el absentismo laboral por estrés o depresión ha crecido en el último
año un 10%, según los datos de los sindicatos malagueños. En CC.OO., por
ejemplo, reciben cada dos semanas una denuncia por agresión o amenaza a un
profesor y han llegado incluso a editar un manual para que los maestros sepan
cómo actuar en caso de conflicto con un alumno.
«Estas bajas además pueden ser fulminantes. Yo he visto casos de profesores
con 25 años de experiencia que han sido incapaces de volver a coger una tiza».
Quien habla es Mariló López, abogada y responsable del gabinete técnico del
sindicato. Ella ha tratado muchos de los casos de violencia en las aulas que
han ocurrido en Málaga.
Por su experiencia personal, incluso se atreve a fijar unas pautas comunes a
la mayoría de los casos. Las agresiones o vejaciones suelen darse a principios
de curso -cuando los alumnos no conocen al profesor y no les cae bien- o a
final -con la llegada de las notas. López está convencida de que
el paso de un docente por el banquillo en un juicio (ya
sea como denunciante o como denunciado) puede ser fatal. «Un profesor acusado
de abusos sexuales -del que salió exculpado- perdió 13 kilos durante el
juicio».
Asegura que incluso hay alumnos que se ponen de
acuerdo para dar una misma versión de unos hechos y hacer así daño al docente.
«Un profesor de hostelería fue acusado de arañar a un joven cuando le estaba
enseñando cómo coger la servilleta y los alumnos se pusieron de acuerdo para
sostener esta tesis», relata.
Estos extremos no son tan frecuentes, pero sí otras situaciones.
«Los insultos y las burlas son prácticamente diarios,
tanto que hay veces que finges no escucharlos para no interrumpir más la
clase», comenta Miguel Román, jefe de estudios de un céntrico
instituto de Málaga. «Si consigues que media clase te atienda, en algunos
grupos es todo un logro». Miguel aprendió ya hace mucho tiempo que
el coche del maestro es blanco fácil. «Es
como una norma no escrita: si los alumnos no saben cuál es tu vehículo,
mejor». Así, este docente «de vocación, porque me gusta y me siento útil» sabe
que algunos profesores prefieren aparcar un poco más alejados del instituto
para evitar pintadas, espejos rotos o ruedas pinchadas.
Otro docente, Jesús Majada, que ejerce su profesión en Arroyo de la
Miel, saca a relucir, en la conversación con este periódico, otro aspecto de
la violencia escolar. «Es cierto que los niños son
ahora más violentos, pero yo creo que en los últimos años lo que ha cambiado
más es el comportamiento de los padres», dice.
«Antes confiaban en nosotros y nos daban libertad para educar a sus hijos,
hoy en día no es así y muchos docentes entran en clase
con el corazón encogido porque se sienten indefensos», declara.
Miguel Román sostiene esta tesis: «Es incomprensible
que cuando llamas a un padre porque su hijo te ha insultado te diga 'si no
sabe aguantar a los niños, tenía que haber elegido otro trabajo'.
Entran ganas de decirle: 'pues no haber tenido usted hijos si no los sabe
educar'».
La visión de una madre completa la radiografía de la conflictividad. «Está
claro que si el 100% de los padres apoyasen al profesorado no estaríamos en
esta situación tan delicada como la actual. Los
docentes y los padres estamos hartos de que nuestros hijos tengan que educarse
no ya junto a alumnos conflictivos, sino con auténticos delincuentes y que sus
padres los apoyen. No he educado a mis hijos para esto», afirma Mª
Elena Muelas, que es presidenta de la APA del IES Las Salinas.